A Nico le encantaba el centro comercial. Cada vez que traspasaba las grandes puertas automáticas, se deleitaba con el zumbido elegante y metálico que emitían, -zuuuummm-, como si le invitaran a entrar. El chorro de aire templado del sistema de climatización le hacía cosquillas en la nuca y despeinaba un poco más sus rizos castaños. Adoraba esa sensación… Una vez en su interior, caminaba muy despacio y recorría el entramado de majestuosos pasillos. Fascinado por los coloridos adornos móviles que descendían del techo, daba vueltas sobre sí mismo para que sus gastadas zapatillas resbalaran sobre el mármol de color vainilla. La gente le miraba con extrañeza, pero a Nico no le importaba sentirse observado y prefería disfutar del escaso tiempo con el que contaba en aquel paraíso de luces, alegre musiquilla y ajetreo de personas felices cargadas de llamativas bolsas. Su excursión casi siempre terminaba frente a la juguetería, con la nariz aplastada contra el escaparate, embobado por el ir y venir de aquel trenecito de color rojo, que hasta echaba humo, o por los simpáticos rostros de los animales de peluche. Apenas se permitía un parpadeo; deseaba con todas sus fuerzas impregnar su retina de todo ese espectáculo, antes de la llegada del hombre de azul. Él siempre le encontraba, aunque Nico ya se había dado cuenta de que el hombre, a veces, miraba para otro lado concediéndole un ratito más, sólo un poco, antes de conducirle a la puerta. Allí, de nuevo en el exterior, su padre continuaba interpretando aquella melodía lánguida en el viejo acordeón y Nico volvía a sostener vasito de plástico con el que pedía una moneda a los que tenían la suerte de atravesar con libertad las puertas del maravilloso centro comercial.
Es increíble, Susana, lo distinto que se puede llegar a ver el mundo a través de los ojos de un niño, sólo con la ilusión de verlo como si todo fuera por primera vez (¡yo aborrezco los centros comerciales! ;=))
ResponderEliminarLa pena es que Nico se tenga que conformar con sujetar el vasito después de haber sentido toda la magia de los juguetes...
Un placer leerte en esta madrugada, querida amiga. ¡Se te echaba de menos!
Besos.
Muy tierno Susana. Lo que para la mayor parte de los niños es algo cotidiano, como un centro comercial lleno de tiendas con juguetes, para él significaba el lugar donde pasear muy cerca de los sueños.
ResponderEliminarPor cierto, me resulta curioso que tus dos últimas entradas, aún con temas muy distintos, las dos sean en viernes y 19. ¿Será una señal?...
Un abrazo y buen finde, guapísima.
Triste historia que refleja las aún más tristes realidades de tantos chicos.
ResponderEliminarLa infancia debería ser garantía de días felices...
Un abrazo.
Uy, con lo sensible y llorona que estoy hoy, me ha dado mucha penita ese niño,con la nariz aplastada contra el cristal del escaparate.
ResponderEliminarQue injusta es la vida con esos niños que no tienen ni juguetes.
Besos
Que historia mas tierna y triste, Susana.
ResponderEliminarYo no sé si es inventada, pero aquí cerca de donde vivo se protagonizan escenas parecidas. Lo has retratado muy bien.
Un beso
Perdonad que no haya agradecido antes vuestra visita, pero como habréis observado por la escasa frecuencia de mis últimos posts, no dispongo de mucho tiempo.
ResponderEliminarEspero que mi micro toque un poquito el corazón. Ésa era mi intención.
OS mando un beso fuerte. Gracias por visitarme.
Muy interesante paseo por el centro comercial. Me ha gustado mucho. Volveré a pasarme.
ResponderEliminarUn saludo.
Sabroso deambular imperceptible para la mayor parte de consumidores compulsivos que circulamos a piñón fijo.
ResponderEliminarTu relato me trajo una imagen que presencié en un centro comercial. Un matrimonio, de apariencia sencilla, recorría sin prisa sus pasillos. En el carro, sin prisa, depositaban productos variados.
Alk final de la tarde regresé al centro comercial a recoger una bolsa que había olvidado en consigna; reparé en la pareja que antes de llegar a la caja abandonaron el carrito y con dignidad abandonaron el local.
Buen fin de semana.
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ResponderEliminarLo importante es que para e'l, ir a un centro comercial es un viaje fascinante.
Encantada!!
Patrizia Gea
A mí tampoco me gustan los centros comerciales. ¿Qué se le va a hacer?
ResponderEliminarSaludos, JM.
Me gusta tu estilo. Volveré a leerte.
ResponderEliminarSaludos
¡Susanitaaaaa, holaaa ;=)!
ResponderEliminarEn mi blog me sale que has actualizado con una entrada titulada: "La próxima vez" y leí en un comentario del blog de Felisa que ibas a darnos una buena noticia literaria...
¿Lo habré soñado? ;=) ¡¡Me tienes en ascuas!!
No te preocupes por no poder pasar por mi espacio, todos andamos algo apurados con el tiempo, a mí me pasa igual...¡¡ojalá tuviera tooodo el tiempo del mundo para escribir, escribir, escribiiiiir!!
Besotes, guapísima ;=))
Bonito relato y con un final inesperado. Contraste entre el lujo del centro comercial y las pobres personas que no pueden ni comprar un simple juguete.
ResponderEliminarUn beso