El estruendo me despierta. De un brinco me siento en la cama con los ojos muy abiertos, en la oscuridad del cuarto. Ni siquiera me atrevo a moverme. Sigo oyendo extraños ruidos, enérgicos, descarados, provenientes del salón. Enciendo la lamparita y examino apresurado mi alrededor. Decido coger el libro de quinientas páginas, encuadernado en edición de lujo, que dormita sobre la mesilla; quizás no sea gran cosa, pero servirá para un primer golpe. Me calzo las zapatillas a tientas y salgo sigiloso al pasillo. Avanzo con lentitud, la espalda pegada a la pared, blandiendo mi improvisada arma, con fuerza, en la mano derecha. La luz del salón está encendida; la puerta, entornada. Con cuidado le doy un pequeño empujón, lo justo para que mi cabeza despeinada quepa por el hueco y pueda ver qué está ocurriendo ahí dentro. Apenas puedo creerlo. Mi salón se ha convertido en un campo de batalla. El cristal del ventanal está roto y el aire gélido de esta madrugada de enero invade por completo la estancia y enfría mi nariz en un santiamén. Las sillas están volcadas, los cuadros fuera de sus alcayatas... Parpadeo atónito: los tres tipos ni se inmutan, ajenos a mi presencia, continúan revolviendo dentro de unos grandes sacos, con medio cuerpo en su interior. Visten ropajes extraños: túnicas de terciopelo. La de uno es escarlata, otro la lleva verde y la del tercero, es de un color púrpura intenso. Además están los tres bichos, enormes, malolientes, jorobados. Uno de ellos se entretiene sacando a mordiscos el relleno de mi sillón favorito. Otros dos se revuelcan sobre la alfombra arrugada y llena de enganches, dando buena cuenta de la bandeja de dulces y las botellas de licor que había en mueble bar. Ante tal estampa, y aunque lo intento, no consigo reprimir un alarido horrorizado. ¡¡Aaaaahhhhhhhgggggggggg!! La escena se detiene al punto. Las bestias vuelven hacia mí sus ojos y sus largas pestañas aletean con asombro. Los tres tipos dejan caer los sacos y me observan con expresión de espanto y cierta vergüenza. Después de unos segundos, uno de ellos, el de barba blanca, reacciona, hace chasquear los dedos y una nube de polvo dorado envuelve el asombroso conjunto, que desaparece ante mis narices. El libro se me ha caído al suelo y mi mandíbula inferior se descuelga. A punto de echarme a llorar doy un paso adelante y entro en el salón, o en lo que de él queda. En un rincón, entre los restos de la cruzada, diviso dos pequeños paquetes, envueltos en papel de colores y adornados con vistosos lazos. Incrédulo, los abro y… No puede ser... ahí están: los calcetines de cada año y el frasco de Aftershave barato. Sin fuerzas, doy media vuelta y regreso en estado de shock al calor de mi dormitorio. De nuevo bajo las mantas no sé si podré conciliar el sueño, pero hay algo que tengo bien claro: el año que viene, sin duda, le escribiré mi carta a Papá Noel.
jajajaja Es que como se te ocurre dejar los dulces dentro de la casa. A los camellos de sus majestades, se les dejan siempre en la ventana
ResponderEliminarMuy bueno, Susana.
Besos
jajajajaajaj...muy bueno! realmente divertido!
ResponderEliminarLo he disfrutado!
un abrazo!
Hay qu emantener tradiciones... yo prefiero los camellos.
ResponderEliminarQué bueno, pero no se lo enseñaré a mis niños, acabaría con la imagen que tienen de los reyes magos. Muy divertido, Susana.
ResponderEliminarUn abrazo
!Vaya estampa!.
ResponderEliminarNo sabia que pudieran ser tan desastrados.Menuda tropa.
Creo que tambien le escribiré a Papa Noel, aunque no tengo chimenea y no sé por donde entrará, jajajaja.
Me ha gustado mucho tu nochecita agitada.
oye, muy mal, muy mal. Siempre los reyes, el papanoel está por eso de que disfrutemos los regalos mientras esté la navidad, pero lo demás....
ResponderEliminarNo les vas a perdonar que se pegaron una buena cogorza? Eso te pasa por ponerle tanto vino, wiskie... jajja
Muy bueno Susana, sobre todo me ha gustado el principio, para mí está rozando la perfección.
Un beso, ahora que tengo tiempo leeré muchas cosas que tengo pendiente, qué bien, por fin puedo salir de blogs, jaja
Besos, (más)
Qué groseros esos Reyes, jaja. Muy divertido.
ResponderEliminarFeliz Navidad.
No se que decirte , porque Papa Noel tambien es muy graciosillo a veces !
ResponderEliminarBesos desde Málaga.
¡Hola!
ResponderEliminarMe alegra que os haya divertido este pequeño relato.
Estos Reyes eran un poco torpes y los camellos unos maleducados, pero los Reyes Magos de verdad son muy cuidadosos, no dejan pistas y sus camellos son muy modositos y entran de puntillas en el salón para no romper nada. Que quede claro.
Un besote o todos y Feliz Navidad
Jajajaja que bueno Susana,por algo dejo siempre la puerta del balcón abierta, así me ahorro un montón de cristales.
ResponderEliminarA mi me encantan los Reyes Magos, es la tradición, pero aquí también tenemos al Olentzero que nos visita esta noche para que los niños tengan más tiempo de jugar, Papa Noel sólo pasa de visita a dejarnos chucherías y dulces, ya ves nos apuntamos a todas.
El relato magnífico
FELIZ NAVIDAD
Un beso de Mar
Quiero disculparme por las molestias ocasionadas en el futuro mis sirvientes actuaran de manera diferente.
ResponderEliminarun abrazo pascuero
Hola Susana! Precioso relato y con sentido del humor ¡muy bueno!
ResponderEliminarSusana, hiciste muy bien en vencer ese pudor que hacía que guardaras en la sombra tus escritos. Las palabras se engrandecen y se vuelven mágicas al compartirlas. El mundo entero recibe un gran regalo. Gracias por ello
Saludos
Mizar