lunes, 17 de enero de 2011

CÁBALAS DE UN ILUSO SOLITARIO

Tres de enero. Ocho y media de la mañana. Es lunes, llueve y hace idéntico frío que el año pasado. El mismo viento glacial, la misma afilada lluvia. Las vacaciones navideñas se esfumaron de un plumazo y, como si nunca hubieran existido, estoy aquí como siempre, sentado ante mi caótico escritorio, a punto de fenecer sepultado bajo una montaña de informes inconclusos, peticiones diversas y tediosas órdenes de trabajo. Un par de teléfonos repiquetean aquí y allá, insolentes, testarudos. Ruego en silencio que callen, por favor, que con ese timbre monótono van a contagiar al mío y en ese caso estoy seguro de no ser capaz de soportarlo. Nada. No paran. Es más, suena un tercero y un cuarto a lo lejos. Y el estúpido bip-bip del fax. Y el lóbrego zum-zum de la impresora. De pronto… ¡maldición! Lo sabía: el contagio ha sido inevitable. Mi teléfono también suena y juraría que lo hace con una cierta entonación de burla, el muy cretino. No sé si correr despavorido y lanzarme por la ventana o contestar la maldita llamada. La mirada cruda de mi jefa desde su despacho acristalado despeja todas mis dudas.


-¿Sí?... Ah, sí, sí, buenos días, señor Rupérez. Feliz Año Nuevo. Estupendo, sí… todo muy bien. Aquí estamos, de vuelta al trabajo con energías renovadas.

Dios… pero qué asco me doy.

La conversación es corta, por suerte, pero el señor Rupérez, mi mejor cliente, el más irritante y puntilloso, acaba de encasquetarme quehaceres de aquí a diciembre. Por si fuera poco, tengo de nuevo problemas para respirar. Es como si mis pulmones se hubiesen convertido en dos viejas bolsas de plástico, lacias, incapaces de acoger aire. Me distraigo un momento contemplando a Claudia, que acaba de cruzar el pasillo. Qué guapa está hoy. Se ha cortado un poco el pelo y ahora apenas le roza ese cuello delicado y maravilloso. Camina como los ángeles, como si no pisara el suelo, y lleva puesta su sonrisa suave de color de rosa. Se me escapa un suspiro. Al menos está ella… sí, un oasis en mitad de este desierto de ilusiones que es mi vida laboral, o mejor dicho, mi existencia entera; porque fuera de aquí tampoco es que haya mucho, teniendo en cuenta que es de noche cuando por fin salgo de este infierno y que en mi apartamento alquilado y minúsculo no me aguarda ni el gato. Lulo se llamaba. Era simpático, o lo parecía, pero se largó hace casi un año a través del ventanuco del baño. Pensé que volvería pronto, en cuanto le apretara el hambre, pero qué va: hasta hoy.

Siento un toquecito en el hombro izquierdo y doy un respingo. ¿Será posible? Otra vez me han pillado en la inopia. Estar sentado de espaldas a la puerta tiene estos inconvenientes. Uno no sabe nunca quién se le acerca. Como sea el jefe supremo me ahorco esta misma noche. Me giro con mi mejor sonrisa y hallo ante mí a un viejo pálido y encorvado. Está completamente calvo y su cabeza brilla bajo la hilera de luminarias fluorescentes. Va vestido de un modo extraño, con un traje negro de paño antiguo, desgastado, que un día quizá pareció elegante. Me resulta familiar pero no consigo ubicarle. Me mira con dos ojos indiferentes, huecos, mientras su mano huesuda, algo temblorosa y sembrada de pequeñas manchas me tiende un sobre marrón, arrugado en las puntas. Joder con el mensajero, pienso…

Sin apartar la vista de los ojos del viejo tomo el sobre. Es como si su mirada hubiese atravesado la mía con un alfiler invisible y puntiagudo. Duele. Nuestros dedos se rozan durante un instante y una corriente eléctrica me recorre la espalda y eriza el vello de mi nuca. Tengo la boca seca y, aunque sé que debería decir algo, mi garganta parece haber quedado estéril. El hombre da un paso hacia atrás, arrastrando un poco los pies, esboza una sonrisa casi imperceptible y murmura:

-Volveremos a vernos…

Se encamina a la puerta sin que ninguno de mis compañeros dé muestras de haber percibido su presencia. En el aire permanece su olor áspero y amargo que me provoca sensación de náusea. Miro el sobre, sin destinatario ni remite, y me esfuerzo por huir del estupor que me asedia mientras me devano los sesos para averiguar su misterioso contenido. Todo tipo de cábalas se agolpan en mi cabeza. Puede que sea un truco de mi casero para echarme o, peor aún, subirme el alquiler. Quizá un ardid de alguna compañía publicitaria que pretende venderme un artículo milagroso. O tal vez, ¿por qué no?, una carta de Claudia, mi Claudia, en la que me propone escapar a algún lugar lejano para empezar una nueva y merecida vida, juntos y enamorados. ¡Sí! ¡Eso podría ser! Lo he soñado tantas veces… Ha enviado a un mensajero aliado para no levantar sospechas entre el resto de pretendientes de la empresa, porque la envidia es muy mala y rabiarían, seguro, si conocieran sus sentimientos. ¿Tendrá miedo a no ser correspondida? Mi niña… Seguro que ahora mismo está en el baño, nerviosa mientras espera impaciente a que yo abra este sobre que aprieto contra mi pecho. Miro alrededor. Se respira un ambiente extraño que no reconozco, pero nada importa. Mi alma está pletórica. Aunque siento el irrefrenable deseo de esparcir por el suelo, con un golpe de brazo, todos los papeles que se amontonan sobre mi mesa, me contengo, como siempre, en un intento por ser discreto.

No lo pienso más. Cojo mi abrecartas con empuñadura de nácar y abro el sobre de un tajo firme y decidido. El papel se rasga sumiso. Dentro, un pliego descansa doblado en cuatro partes. Lo extraigo con mucho cuidado. Percibo incluso su aroma a flores, sutil y dulce. Cierro un momento los ojos y lo desdoblo con mimo. Me zumban los oídos y el corazón está a punto de escapar del pecho. De repente, distingo un membrete conocido en la esquina superior izquierda de la cuartilla blanca, papel del bueno. Un momento… ¿qué significa esto? La misiva no está escrita a mano, sino en un impersonal Arial12 con interlineado a uno y medio. No comienza por Amado mío ni lo firma un Tuya, por siempre, Claudia. Las letras se agolpan cuando trato de leerlas, pero al final lo consigo:

“Estimado señor Lillana… bla, bla, bla… lamentamos comunicarle que… bla, bla… nos vemos obligados… bla… prescindir de sus servicios… bla, bla… crisis económica actual… Tenga la bondad de pasar a última hora a firmar el finiquito”.

El silencio lo ha engullido todo. Algunos me miran de reojo pero no se escucha ni un susurro, ni un carraspeo. Los teléfonos ya no suenan, o al menos yo no los oigo. La fotocopiadora y el fax también han enmudecido. Y en medio de todo esto, yo, Francisco Lillana Caral, soltero, cuarenta y seis años, quince de ellos como administrativo en la empresa, sólo soy capaz de buscar a Claudia con la mirada y pensar: ¿qué diablos habrá querido decir Jonás, el de recursos humanos, con eso de “volveremos a vernos…”?

10 comentarios:

  1. Jo,pobre iluso solitario con sus cábalas, Susi.

    ¿Sabes? Por un momento pensé que el tal Jonás era una metáfora de la muerte o algo así, o sea que no existía y por eso le dice: "volveremos a vernos..."

    Aunque ahora me quedo pensando, como Francisco, jejeje...

    Volviendo a la cruda realidad, has descrito genial un caso de tantos y tantos que sucederán casi a diario...

    Un besito, guapaaa... :)

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  2. Vaya susto , donde habran encontrado al mensajero !
    Nada más verlo aparecer era para mosquearse .

    Un relato estupendo !

    Besos desde Málaga.

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  3. Susana, digo como Mar, por un momento identifiqué al mensajero con la Parca, pero...
    Rectifico, existe una premonición de muerte avanzada en tu relato inquietante y también cotidiano, una muerte de ánimos, de inquietudes, de sueños, de sustentos.
    Se puede morir a cámara lenta.
    Te felicito, excelente relato, besitoos.

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  4. ¡Hola!
    La verdad es que el tal Jonás, en estos tiempos de crisis, habrá tenido que entregar algunos sobrecitos marrones; no es raro que el "iluso solitario" le viera como una premonición un poco fúnebre. Aún así mantuvo la ilusión hasta el final. ¿Quizá como debe ser? Gracias, Mar, Annick y Natalia por vuestros comentarios. ¡Feliz resto de semana!

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  5. Susana,esos son sustos de muerte, parecidos a aquellos sobres negros de antes, que como telegramas avisaban al concejo por no decir al familiar del difunto.
    Pues sí amiga mía, no es broma tu relato y para mayor pena, eso está hoy a la orden del día, como dice nuestra amiga Mar.
    Esperemos que poco a poco se vaya normalizando un poco todo, si es lentamente ¡ni tan mal!

    Ingenioso y preocupante tu relato Susana, un abrazo amiga: Juan

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  6. Pense que el mensajero era la muerte o algo asi...
    Pero que tipo tan fuera de si, aunque debe ser tristisimo estar en una situacion asi...
    Me imagine despedida a los 50, soltera y ojerosa que horror!!!
    Cuidate.

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  7. Lo tengo claro, hay que trabajar en recursos humanos, jajaja.
    Como siempre un relato precioso y muy bien escrito.
    Un saludo.
    Ibso.

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  8. Galeote: yo también espero que esta "orden del día" pase a la historia muy pronto. Desgraciadamente he sido testigo de algunos de estos "mensajes en un sobrecito". Mil gracias por pasarte por mi blog.

    Vivis: ¡calla, calla, mujer! Se puede estar despedida a los 50. Incluso ser soltera (por qué no??). Pero ¿¿¿ojerosa??? ¡No! ¡Eso jamás! ¡¡Estamos estupendísimas!!

    Hola Ibso: ¡tú sí que sabes!Jajaja. Pero creo que ni los de recursos humanos están a salvo! Muchas gracias por leerme.

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  9. Un ERE!!!
    Eso es lo que ha ocurrido, que al iluso de Francisco, que se había apoltronado un poco en su cubículo laboral, lo han metido en un ERE.
    Nada nuevo bajo el sol... de los lunes.

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  10. Buenas Susana:

    Ayer, me hablaron de tu blog en el grupo de escritura que se reune en Sevilla, y del que tu eres miembro en la distancia.
    Verás yo soy nuevo en el grupo, me ha "enchufado" Ismael y bueno, ayer asistí a mi primera reunión.
    Se comentó este relato y me picó el gusanillo, así que aquí estoy.

    Y he de decir que todo lo bueno que se comentó de tus letras es cierto. Te sigo por el blog y también por lo que vayamos haciendo en el grupo.

    Un saludo.

    V.

    P.D. Teniendo en cuenta mi primer acercamiento a tus relatos, me voy a poner cómodo y voy hacia abajo en entradas anteriores a ver qué encuentro.

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