lunes, 23 de marzo de 2009

DESDE EL CAMPANARIO

Hoy he soñado que regresaba al pueblo y que volvía a subir al campanario, al atardecer, como solíamos hacer. La mayoría de las veces, yo ya estaba allí y tú salías de casa con tu cuaderno de apuntes y los prismáticos colgados al cuello, como si fueras un explorador partiendo hacia una intrépida misión. Decías “adiós” desde la puerta, para no conceder tiempo a preguntas incómodas y te veía llegar, desde lo alto, presuroso, con las mejillas encendidas y tus rizos oscuros alborotados. Me saludabas con la mano, y subías en un santiamén las estrechas escaleras de piedra, siempre húmedas.

—¿Te ha dicho algo? —te preguntaba en cuanto te veía atravesar la puertecilla de madera desgastada, ligeramente encorvado para no golpearte la cabeza con aquel dintel, demasiado bajo.

—Que la cena estaría a las nueve, como siempre. Sólo tenemos un rato.

Sonreías, con esa cierta timidez tuya y ya no hacían falta más palabras, sólo nuestras presencias mutuas, una junto a la otra. Los prismáticos quedaban abandonados sobre el suelo frío, y saboreábamos aquellos minutos preciosos contemplando el horizonte, cogidos de la mano o de la cintura, sintiendo en nuestros rostros las caricias suaves del viento de la sierra. Algunas veces nos permitíamos un abrazo, largo y profundo, para aspirar el aroma de nuestros cuerpos; otras, sólo posabas tu cabeza sobre mi hombro o rozabas mis labios trémulos con tus dedos. Mirábamos simplemente la caída de la tarde, cómo el sol anaranjado huía entre las montañas, furtivo, al igual que nosotros. Después, demasiado pronto, bajábamos, esta vez juntos, y en el último tramo de las escaleras nos regalábamos un beso, sólo uno, para bebernos ávidos el tiempo que aún faltaba para nuestro próximo encuentro.

Y luego, en la cena, las mismas preguntas:

—¿Qué tal? ¿Habéis avistado muchas rapaces?

—Bah… Algún milano a lo lejos… poca cosa.

—Bueno, mañana habrá más suerte.

—Sí. Mañana…

Siempre ahí, la esperanza de ese mañana. Un mañana que llegaba puntual a su cita, dolorosamente idéntico al anterior, lleno de anhelos y de temores, lleno de resignación, de palabras no dichas, de caricias sin entregar y deseos no satisfechos. Siempre mañana… Pero un día decidí que ya no podía vivirlo, sufrirlo más, añorarlo más. No podía continuar con las mentiras, con esa ansia insatisfecha, con ese miedo... Y dejé pasar la tarde sin subir al campanario. Ni lo hice al día siguiente, ni al otro. Tampoco contesté a tus llamadas y cuando volvimos a encontrarnos aparté adrede mi mirada de la tuya, para no ver el rastro amargo de la decepción en el verde de tus ojos.

Nos mudamos a la ciudad unos meses después, aprovechando que el chico ingresaba en la universidad. Amelia consiguió un contrato fijo en una escuela privada y yo me centré en mi novela y enterré tu recuerdo en un oscuro rincón de mí mismo, que a veces visitaba, a hurtadillas, en mis noches de desvelo. Durante años puse mil excusas para no volver al pueblo. Y no lo hice. Jamás logré reunir el valor necesario, ni siquiera cuando tuvimos noticias del terrible accidente, el del marido de Carmenchu, la panadera, que, un atardecer, buscando el mejor de los ángulos para avistar rapaces autóctonas, había perdido el equilibrio y se había precipitado al vacío desde lo alto del campanario.

9 comentarios:

  1. Vaya... Un Brokeback Mountain de la estepa castellana. Primero he pensado que lo relatado se refería a la juventud y que era la madre la que se quedaba preparando la cena.

    Muy buen relato Susana

    ResponderEliminar
  2. Un relato precioso. Ya se sabe que el amor no conoce fronteras...

    ResponderEliminar
  3. Gracias, Ardilla y Paco por visitarme y leerme.

    Ojalá el amor, culquier amor, pueda un día traspasar las barreras que aún hoy se le sigue imponiendo.

    Un besazo (con mucho amor)

    ResponderEliminar
  4. Hola Susana,
    Un buen relato, el final cambia todo lo que he imaginado mientras lo leía. Me ha gustado.

    Un beso

    ResponderEliminar
  5. Menudo relato, y menudo final totalmente inesperado, me ha gustado mucho
    Un beso de Mar

    ResponderEliminar
  6. Gracias a todos los que habéis pasado a leerme.

    ¡Luz! ¡acabo de estar en tu blog hace cinco minutos!

    Un besazo para tod@s

    ResponderEliminar
  7. Tus relatos tienen un suspense que solo se desvela al final.
    Pareces la Hitchcock de los relatos.
    Me encantan

    ResponderEliminar