martes, 30 de junio de 2009

LA VISITA

Eulalia salió a la calle embutida en uno de sus vestidos cargados de encajes y florituras, negro, como el tinte de su cabello, de apariencia siempre aceitosa, que solía peinar recogido en un tirante moño que descansaba sobre la nuca. El sol de junio se hallaba en su punto más alto, y mientras caminaba, con la mirada al frente y el mentón muy erguido, altivo, abrió su abanico de nácar para aliviar a calor de aquel bochornoso mediodía. Sus tacones repiqueteaban insolentes sobre el adoquinado de la acera, al ritmo de sus pasos, decididos y cortos como sus piernas, regordetas y ligeramente zambas. Llevaba colgado del brazo derecho, a la altura del codo, un bolso aterciopelado de gran tamaño decorado con un hiriente estampado de girasoles amarillos. Como siempre que abandonaba su viejo caserón al final de la calle Cruces, se había maquillado en exceso, perfilando exageradamente con lápiz negro sus ojos grisáceos, fríos e inexpresivos, y pintándose los labios de un fucsia intenso y sin brillo. La mayoría de los que se cruzaban con ella, no podían resistir la tentación de volverse para mirarla asombrados: no era frecuente verla caminar por las calles del pueblo. Algunos, incluso, preferían cruzar a la otra acera antes que toparse con su mirada desdeñosa y su gesto malhumorado.

Mientras atravesaba el portón enrejado de la estación, Eulalia oyó el sonido agudo del silbato y consultó su reloj. Eran las doce y cuarto, la hora exacta prevista para la llegada del tren en el que viajaba su sobrina, a quién no veía desde hacía más de cinco años. Tenía la seguridad de que si la muchacha había enviado un telegrama, avisándola de que iría a mediados de mes a visitarla durante unos días, debía ser, sin duda, porque algo necesitaba de ella. Aunque Eulalia no mantenía contacto con miembro alguno de su familia, hacía tiempo que habían llegado a sus oídos noticias de su sobrina Aurora, que al parecer se había aventurado a la mala vida cuando su padre, borracho desde el anocheces hasta el alba desde que falleciera su esposa, la había echado de casa. Malhumorada por lo precipitado de aquella visita, Eulalia anduvo a lo largo del andén, cruzándose con pasajeros cargados de maletas, hasta que a lo lejos distinguió el cuerpo flacucho de Aurora. Portaba un bulto azulado en sus brazos, y una especie de macuto destartalado a la espalda.

—Hola, tía, ¿cómo está? –exclamó con voz queda, haciendo ademán de inclinarse para besarla.

Eulalia esquivó con destreza la fingida demostración de cariño de su sobrina.

–Tienes un aspecto espantoso, niña –Sentenció. Después sus ojos se posaron sobre la maraña azul que Aurora sostenía, y una manita emergió de ella– Dios mío… ¿pero qué diablos traes ahí?

–Se llama Raúl, tía. Yo… bueno… Es mi hijo. Quería que lo conocieras y…

–Vámonos de aquí. Todos nos están mirando.

Apartó la mirada del pequeño, dio media vuelta, y caminó hacia la salida, mientras Aurora trataba de seguirla, varios pasos por detrás.

Cuando llegaron a la casa, Eulalia examinó de arriba abajo a la chica plantada en el recibidor con el bebé en brazos. No debía pesar más de cuarenta kilos y su rostro, anguloso y demacrado, revelaba muchas noches en vela. Se fijó en su indumentaria, una falda vaquera tan corta que apenas le cubría lo justo, y una camiseta de un rojo desteñido, con rebordes de sudor en la zona de las axilas. Llevaba el cabello muy corto, casi al cero, y en las piernas, apenas dos frágiles alambres, se dispersaban cardenales y costras aquí y allá. Observó que la chica había tratado de ocultar con maquillaje, un moratón verdoso en el pómulo izquierdo.

Con el bebé aún en brazos, Aurora se derrumbó en el sofá de la lúgubre sala de estar.

–Lo siento mucho, tía –rompió a llorar–. Lo lamento pero no sabía a dónde ir. No sabía a quién recurrir. No lo hubiera hecho de no ser por él, de verdad– señaló al niño–, pero es que… necesitamos ayuda.

El llanto le impidió seguir hablando y la criatura, percibiendo la congoja de su madre, comenzó a llorar también. Aurora se acercó y lo tomó en brazos.

– ¿Cuánto hace que no coméis? ¿Eh?

Con el pequeño Raúl en brazos se dirigió a la cocina y sacó una botella de leche de la nevera. Cogió el recipiente de las galletas, y sentada ante la mesa de la cocina, empezó a aplastarlas y desleírlas hasta elaborar una papilla. Cuando Aurora entró, tambaleante, en la cocina, el niño engullía con ahínco.

–Tía, sólo serán unos días. En serio. En cuanto me encuentre mejor volveremos a la ciudad a buscar un empleo. Apenas te darás cuenta de que estamos aquí. No te molestaremos…

Eulalia, disimulando la repulsión ante el despojo en el que se había convertido su sobrina, la interrumpió bruscamente:

–Tienes huevos en la despensa. Hazte una tortilla. Os quedaréis aquí hasta que haga falta. ¿Somos familia, no?- Y esbozando una sonrisa acunó a Raúl hasta que se quedó dormido.

Los días que Aurora prometió quedarse con Eulalia, se fueron transformando en semanas. Su tía cuidó de ella como nunca lo había hecho de nadie. Se encargó de que descansara, de que estuviera tranquila; arregló para ella el cuarto de invitados y se hizo cargo del pequeño Raúl, mientras la muchacha curaba las heridas de su cuerpo y también de su alma. La vecindad, empezó a acostumbrarse a ver a Eulalia empujando a todas partes el carrito de Raúl, comprando papillas, ropita y juguetes en las tiendas de la plaza, y hasta saludando con una radiante sonrisa a todo el que se cruzaba con ella. Se mostraba encantada y parecía otra persona. Con cierta culpabilidad, el pueblo veía cómo lo que Eulalia necesitaba, después de todo, era amor y compañía. Resultaba evidente, además, que la presencia de un niño en casa había logrado dulcificar su carácter, transformando a aquel ser irascible y desafiante, en una mujer cordial y afectuosa.

Al cabo de algún tiempo, Aurora empezó a recuperarse: cogió algunos kilos, sus ojeras fueron desaparecieron y poco a poco recobró las fuerzas. Un día, cuando Eulalia volvía con el niño tras su paseo matinal, se la encontró esperándola sentada sobre el viejo sofá. A su lado, la mochila que trajo meses atrás colgada a la espalda.
–Tía –sonrió llena de agradecimiento y se acercó a ella tomándola de las manos– Tía, tengo tanto que agradecerte que no sé por dónde empezar. Estos meses han sido… bueno… tú te has portado maravillosamente con nosotros –el rostro de Eulalia, había adquirido una palidez extrema, y una vena azulada le palpitaba bajo la sien izquierda– Tía, creí que no saldría de esta… de verdad– Los ojos de Aurora se anegaron de lágrimas, mientras el pequeño Raúl emitía gorgoritos alegres desde su carro.

–No tienes que agradecerme nada– exclamó Eulalia soltándose con brusquedad de las manos de su sobrina– Ya te dije que éramos familia–. Hablaba con lentitud, arrastrando las palabras.

–Siempre tendré mucho que agradecerte. Pero ahora tenemos que irnos. He de volver a la ciudad. Buscaré trabajo y alquilaré un apartamento.

–Pero…

–No te preocupes. Hasta que encuentre algo, me quedaré en casa de una amiga. Acabo de llamarla y me ha dicho que podía quedarme con ella un tiempo.

–¿Y Raúl?

–Mi niño… creí que lo perdería, tía, creí que no sabría cuidar de él, pero ahora sé que puedo hacerlo. Ahora sé qué es lo que tengo que hacer–. Se acercó al niño haciendo ademán de cogerlo en brazos.

Aurora no supo identificar la naturaleza del líquido caliente que se le derramó de pronto en densos hilillos sobre la frente. Tampoco acertó a preguntarse si el dolor intenso que sentía sobre su cráneo abierto era lo que le estaba produciendo aquella sensación de mareo. Con la mano en la coronilla y los ojos muy abiertos, se giró antes de caer de rodillas y su mirada confundida se clavó en la de su tía. Eulalia volvió a alzar la mano y la golpeó de nuevo con el almirez de bronce, esta vez en el lado opuesto. Los ojos de Aurora se quedaron vacíos, y su cuerpo se derrumbó como un saco sobre la alfombra del recibidor. Sacó de su carro a Raúl, con la carita enrojecida por el llanto, y le meció en sus brazos, mientras se dirigía con él al dormitorio. Lo puso en la cuna, y permaneció allí, meciéndolo, murmurando una lánguida canción de cuna, hasta que se quedó dormido.

En el parque, días después, otras madres se interesaron por su sobrina:

– ¿Se encuentra mejor?

–Sí. Sí. Lo cierto es que está ya muy recuperada. De hecho, ayer mismo salió para la ciudad. Quiere encontrar trabajo y un piso antes de regresar a por el niño.

Las mujeres se miraron ente ellas de reojo y alzaron sutilmente las cejas.

–Claro… claro… cuando encuentre un buen trabajo volverá a por Raulito.

–Vamos, cariño – Eulalia levantó al pequeño del suelo– Tenemos que irnos ya. Señoras: buenas tardes. Nos vemos mañana.

Con gesto compasivo, vieron cómo Eulalia se alejaba hacia la casa, con aquel caminar vanidoso hecho de pasos cortos y su altanera sonrisa, perpetua, dibujada sobre los labios.

11 comentarios:

  1. ¡Menudo final!, yo que me había creido a pies juntillas que la pobre mujer había cambiado su caracter por la compañia y el cariño de la familia y que les iba a suplicar que se quedaran con ella para siempre (hasta esperaba que les dejara su casa y todo lo que conlleva un final feliz)y resulta que en el fondo unicamente le importaba ella misma y sus deseos.
    Precioso relato.
    Un beso de Mar

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  2. bueno, bueno1...no me esperaba ese final! ejjeje...muy bueno!...me atrapó la historia y se me hizo breve! ejjeej...no puedo dejar de sentir algo de compasión por Eulalia, a pesar de ser una asesina, me da lástima!!


    un abrazo!

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  3. Mil gracias, Mar y Neogeminis por pasar a leerme. Me alegra que la historia os haya gustado y sorprendido un poquito.

    Un besote,

    Susana

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  4. Uffffffff, vaya tía, con familiares así no se necesitan enemigos. Buen relato, Susana, enhorabuena.

    Un abrazo

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  5. Gracias por "venir a verme", Felisa. Me encantan tus visitas.

    Un besote

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  6. Hola, Susanita tenía pendiente esta visita que consumo con mucho placer, y curiosidad por leer otro de tus historias ... impaciente hasta el final, como debe ser.
    Un abrazo!!

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  7. ¡Ay Mimí! ¡Qué bien verte por aquí! Paso por tu blog amenudo pero ni tiempo tengo de dejar comentarios. Mil perdones.

    Un besote

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  8. hola Susana, sí que ha estado bueno leer tu relato. Comencé con lástima por Eulalia,luego por Aurora, luego me conmovió la actitud dura y protecto de Eulalia, me puso felíz ver recuperarse a Aurora y luego... bueno una final inesperado, muy logrado, sorprendente, que hace de este relato muy entretenido de leer, un texto enriquecido por un final inesperado y por cierto hoy´más lógico de lo que debiera.

    Estoy tratando de descubrirte en los Sábados Misteriosos... No es fácil, jjjajaja nada fácil, si bien creo que cada uno tiene más o menos su estilo, acá también se ha intentando camuflar de manera de hacer la tarea más misteriosa.

    Te mando un beso desde mi nuevo lugar, un balcón, donde te espero para tomar algo, si?

    http://elbalcondecas.blogspot.com

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  9. Casandra!! Mil gracias. Me encanta que te haya gustado la historia.
    No es nada fácil lo del sábado literario, no. Yo ya he leído casi todos, pero no tengo ni idea de cuál es el de cada uno... jeje.
    ¿Tienes un neuvo blog?? ¡Espera, que voy a verte!
    Besos

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  10. Que no sabía que te escondías bajo el 17 pero era de los que más me ha gustado, qué buena eres!

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  11. N0 ES PARA ESTA ENTRADA PAR AL0 QUE TE ESCRIB0...ES P0R ESTE ULTIM0 SABAD0 D EMERCEDES...ME ENCANT0 TU RELAAT0...BUEN0, SABES, LA TEMATICA DE ESTE SABAD0, ALG0 A CERCA DE MAMA, SE PRESTA A QUE Y0 AL MEN0S HATYA DISFRUTAD0 C0M0 UN ENAN0..HABL0 DE L0 SENTIMENTAL, YA N0 DE C0M0 ESTAN ESCRIT0S..HA SID0 T0D0 UN PUNTAZ0 LA IDEA DE D0R0TEA...
    P0R CIERT0, N0 ACERTE EL TUY0...CASI NI EL MI0...C0N L0 DESASTRE QUE S0Y¡¡¡¡
    GRACIAS, SUSANA.

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