martes, 15 de diciembre de 2009

DELICADA PRISIONERA

Pasó la infancia sumergida en lazos, encajes y perfumes de flores naturales, envuelta en ropas tejidas con la mejor de las sedas. Vivió en un cascarón de atenciones, de mimos y de ternuras, tras los altos muros de piedra que circundaban el palacio, alejada de cuanto elemento externo pudiera perturbar su delicada existencia.

Cierto día, recién cumplidos ocho años, paseaba con Nana por los inmensos jardines, sembrados de árboles frutales, centros de rosas, lilos y setos podados con maestría para adoptar caprichosas formas. Los pavos reales lucían orgullosos su vivo abanico de plumas y los cisnes blancos del estanque picoteaban con aire aburrido las flores de los nenúfares. De pronto, una pelota de goma amarilla voló sobre sus cabezas desde el otro lado del muro y aterrizó saltarina frente a la pequeña Amelia. La niña permaneció atónita contemplando el juguete, sin atreverse a tocarlo siquiera mientras Nana deshacía corriendo, presurosa, los escasos metros que las separaban.

—¡No lo toques, Amelia —chilló­— ¡No lo toques!

—¿De quién es esta pelota, Nana?

—Es… de alguno de los mendigos que viven al otro lado, querida. Tú no debes tocarla. Está llena de gérmenes horribles que te harían enfermar.

—¿Está enfermo el niño al que pertenece la pelota, Nana?

—Si aún no lo está, lo estará, querida. Esa gente vive en unas condiciones deplorables, pero no te preocupes por nada de eso, Amelia. Anda, vámonos.

La tomó suavemente por los hombros y dirigió sus dóciles pasos hacia el interior del palacio. Amelia caminó pensativa, volviendo la cabeza de vez en cuando para volver a mirar la pelota, mientras recordaba que, en cierta ocasión, había escuchado algarabía y risas de niños; niños que no parecían en absoluto enfermos, sino felices, en aquel supuesto mundo lleno de “gérmenes horribles”.

Entretanto, al otro lado del muro, los muchachos, con las mejillas encendidas de saludable rubor, se sentaban sudorosos en corro junto al camino, para idear un nuevo modo de despertar la atención de la niña de ojos tristes y tez pálida que, según las gentes del pueblo, vivía encerrada en el palacio, y a la que todos llamaban “Delicada Prisionera”.

9 comentarios:

  1. yo creo que nuestros padres se preocupaban mucho menos por los gérmenes que lo que nos preocupamos nosotros por los que puedan tocar nuestros hijos, y creo que ellos tenían más razón que nosotros, tendemos a pasarnos de escrupulosos, y es una pena, eso resta naturalidad y libertad

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  2. ¡Qué cuento más bonito, Susana!

    Tu delicada prosa, que en absoluto está prisionera, va tejiendo una narración que engancha el sentimiento hacia esa niñita que enferma por dentro por no hacer lo que debe hacer un niño: juuuuuugaaaaar!!

    Un beso, me encanta leerte.

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  3. Que bonito lo cuentas, Susana. Da gusto leerte.
    Por desgracia hay muchos "delicados prisioneros" de sus padres, que no los dejan jugar para que no se ensucien la ropa.

    Un abrazo

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  4. Que bonito Susana,
    realmente hay muchos niños prisioneros por las ideas de sus padres, cada día más, que piensan que son mejor que los demás y aislan a sus hijos privándoles de lo más importante de la infancia, los juegos y los amigos.
    Creo que no se dan cuenta de que los niños sean de la clase que sean necesitan relacionarse entre ellos y aprender de los otros, además en la variedad está el gusto y cuanto más conozcan más amplia será la visión del mundo y de las personas en general
    Precioso tu relato
    Un beso de Mar

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  5. Estoy totalmente de acuerdo con vuestros comentarios: no sé qué pasa, pero hoy día se trata a los niños con un celo exagerado que no creo que sea conveniente ni sano.

    Me alegra que os haya gustado el texto.

    Muchos besitos.

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  6. Me ha gustado tu forma de contarlo. Has sido un descubrimiento.

    Volveré a leerte.

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  7. Hola MAximo.

    Muchas gracias por visitar mi blog. Para mí será un placer "verte" por aquí siempre que quieras.

    Un abrazo.

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  8. Toda una paradoja que muchas veces se suele dar. Esos barrios cerrados donde la gente se encierra para sentirse a salvo, terminan por ser cárceles que ahogan hasta hacerles perder el sentido de la realidad.


    saludos!

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  9. Qué triste. Me has recordado a las historias de Ana María Matute.
    Un beso.

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