miércoles, 3 de noviembre de 2010

EMPEZAR... DE NUEVO

En toda la tarde no se había percatado de las miradas ladeadas que le dirigían aquellos que pasaban a su lado, ni de los cuchicheos sibilinos, ni de las murmuraciones. Tampoco se dio cuenta de que la noche se le había venido encima, derramando millones de estrellas sobre el asfalto e invitándola a volver a casa. Durante horas había ido llenando su carrito de la compra con decenas de objetos preciosos asombrada, como siempre, de lo que la gente era capaz de arrojar a la basura. ¿Cómo podían desprenderse sin más de semejantes alhajas? Cuando rebuscaba cada tarde en los contenedores del barrio, la invadía una sensación de empatía con aquellos objetos olvidados entre desechos. Objetos menospreciados, infravalorados. Cosas que nadie quería y en las que nadie se fijaba ya. Objetos vanos, que no servían para nada. Como ella misma. Como toda su vida hueca.

Sacó la cabeza del contenedor en el que rebuscaba y advirtió por fin la llegada del anochecer. Se cerró bien el abrigo, subiéndose el cuello para protegerse de aquel frío de noviembre, y tirando de su carro dirigió a casa sus pasos cansados. Cada día retrasaba más el momento de encerrarse entre aquellas cuatro paredes empapeladas de recuerdos antiguos y dolorosos. Sólo gracias a los objetos que recogía y guardaba con celo era capaz de soportar la soledad corrosiva y punzante que habitaba dentro del piso y también dentro de su alma. Subió las escaleras hasta la primera planta y se detuvo en seco. La puerta del apartamento estaba abierta. Ella era cuidadosa hasta el extremo y jamás hubiera olvidado cerrarla. No. Podía olvidarse, quizá, de hacer la comida, incluso durante días, hasta que su estómago maltrecho se lo suplicaba entre gruñidos. Podía no acordarse de hacer la compra o tal vez de cambiar las sábanas, e incluso podía olvidar su ducha semanal, pero, no, ella jamás olvidaba cerrar bien su puerta. Así protegía sus posesiones. Había demasiadas vecinas acechantes y rastreras que harían cualquier cosa por hacerse con al menos la mitad de los tesoros que guardaba en su casa. Cuando estaba a punto de asomar la cabeza a través de la rendija de la puerta entornada, ésta se abrió de repente. Una mujer con gafas blancas de concha y cabello corto rojizo hizo lo que nunca nadie hacía: mirarla directamente a los ojos esbozando una sonrisa.

- ¿Juana? Eres Juana, ¿verdad?-sonrió y le tendió la mano. Ella no se movió. La mujer volvió la cabeza y gritó hacia el interior de la casa. ¡Miguel! ¡Ha llegado!

Un hombre joven, de aspecto desaliñado, apareció en el umbral y esbozó el mismo tipo de sonrisa.

- Hola, Juana. Ahora mismo te explicamos…

Varias personas ataviadas con monos blancos y con la nariz y la boca cubiertas con mascarillas salían del piso cargados con enormes bolsas verdes de plástico, llenas. .

- ¿Qué ocurre?- gritó Juana- ¿Qué... pero qué hacen? ¿Son mis cosas?... ¡¿Qué hacen ustedes con mis cosas?!

La pelirroja y el muchacho la sujetaron suavemente por los brazos y le hablaron con dulzura.

- Juana estos señores van a limpiarte el piso. Ya verás qué bien. ¿Y tú? ¿Cuánto hace que no te das una buena ducha y cenas algo caliente? ¿Eh? Somos de los servicios sociales, Juana, te vienes con nosotros, ¿de acuerdo? Hay un sitio cerca de aquí donde podrías descansar, darte una ducha y comer algo. Ya verás que bien.

- No, no, no… -murmuró- Yo no puedo irme… Esta es mi casa… yo…yo no...

- Hay una orden judicial, Juana. Los vecinos llevan meses quejándose de los malos olores y los bichos. ¿No ves cómo está todo?

Los hombres de blanco continuaban sacando al rellano hediondas bolsas repletas.

- Son mis cosas… Mis cosas... Mis cosas…

Se derrumbó de rodillas sobre la fría plaqueta del descansillo mientras el tintineo de las mirillas curiosas parecía burlarse de ella a sus espaldas. Esas putas... Debían estar disfrutando de lo lindo.

El muchacho desgreñado la ayudó a levantarse entre palabras de consuelo. No le quedaban fuerzas para resistirse. Pensó en Manuel. ¿Y si no la dejaban volver a tiempo y Manuel regresaba a buscarla? ¡No la encontraría! Le había dicho que le esperara, que volvería a por ella. Quizá lo hiciera aquella noche. No podía marcharse. No. No podía.

Se derrumbó agotada, envuelta en lágrimas y colocaron una manta azulada sobre sus hombros. Después la introdujeron en un coche de color oscuro. Mientras se alejaban calle abajo, Juana volvió la cabeza y contempló a aquellas figuras blancas arrojando sin ningún cuidado sus tesoros al interior de una camioneta. ¡Oh Dios mío! ¿Qué estaban haciendo? ¿Por qué? ¿Por qué?

Aquella noche soñó con Manuel y con la mañana en la que se marchó de su lado. Soñó con sus ojos tranquilos diciéndole que volvería pronto, que le aguardara. Que no podía vivir sin ella.

Al día siguiente volvió a casa con un pálpito extraño, perfumada, vestida con la ropa nueva que le habían dado en aquel albergue. Se sentía otra persona. Alguien decidido a empezar de nuevo, a retomar las riendas de su vida, a exprimir su existencia al máximo. Subió los escalones pletórica, de dos en dos y, al abrir la puerta de su piso, se quedó paralizada. El olor a amoníaco se le metió en la nariz y le hizo marearse levemente. Cerró la puerta a sus espaldas y avanzó lentamente como una sonámbula hasta el centro del salón. Todo estaba vacío. Ni rastro de sus cosas, de sus recuerdos, de sus preciados objetos. No había nada en el suelo, ni sobre los estantes. Sus tesoros, simplemente, habían desaparecido. Se dejó caer en una silla de la cocina, sintiéndose una extraña en su propia casa. El eco de su respiración retumbaba en sus oídos. Vacía. Su casa estaba ahora tan vacía como su vida sin Manuel. Se le hizo un nudo en la garganta y comenzó a balancearse hacia delante y hacia atrás sin ser consciente de ello, sumida en una nube de recuerdos, de tristezas, esperas y vacíos. De pronto, un tenue resplandor reclamó su atención. Había algo tras la puerta del tendedero. Se levantó de un salto y fue a mirar con cautela. ¡Oh, sí! ¡Sí! ¡Seguía ahí, aguardándola, su viejo carrito de la compra! Pasó sus dedos temblorosos por la empuñadura metálica y sin saber cómo logró sonreír. “No pasa nada Juana -murmuró para sí-. Empezaremos de nuevo y todo volverá a ir bien. Todo volverá a ir bien”.

Cerró los ojos, respiró profundamente y, más tranquila, se dirigió a la puerta tarareando una vieja canción mientras tiraba de su viejo carrito, camino, una vez más, del contenedor.

11 comentarios:

  1. Triste y esperanzador al tiempo, Susi.

    Me he metido en la piel de Juana y he sentido vacío, tedio y sobre todo, muchísima tristeza al saber que no siempre lo correcto, o lo que nos hace sentir bien, es comportarnos como se espera de nosotros; como borregos informes en una sociedad que cada vez entiende menos de sentimientos y mucho de imagen o apariencias...

    La verdadera esperanza es ser felices sólo con aquello que nos ayuda a serlo, "nuestras cosas", aunque para otros sean mediocres, hediondas o despreciables.

    Un beso enorme, preciosa.

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  2. Sin familia, sin amigos, sin amor, demasiados SIN para una sola persona. Debía llenarlo con algún CON aunque fuera basura.

    Tu relato, como siempre precioso, me ha hecho pensar en la superficialidad con que nos miramos, la presteza de la que hacemos gala para tapar lo que no conviene a una sociedad deshumanizada, que genera cada vez más enfermos del alma.

    Oír a los demás sin tiempo de comprenderlos, ver a los demás por lo que tienen y no por lo que son, relacionarse con los demás pero nunca mostrar empatía, generosidad o solidaridad verdadera.

    Te felicito por tu forma de mostrar el mundo.
    Ibso.

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  3. El dolor de esa mujer busca menguar al escarbar entre la basura. Tendrán derecho los demás a imponerle su estilo de vida?...me quedo pensando.


    un abrazo.

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  4. A veces, para poder conservar nuestros recuerdos y aplacar nuestra sed de soledad, los humanos nos refugiamos y necesitamos de cosas materiales y útiles inservibles, con el fin de alimentar nuestro vacio interno y llegamos a estos comportamientos, abandonando todo ápice de esperanza.

    Hay un poema que dice:

    Somos tantos y muchas veces
    estamos como sin nadie.
    Necesitando de todos,
    no encontramos a ninguno
    que nos haga compañía,
    no hay tiempo para el favor
    que se pierde día a día.

    Susana:

    Una manera real y muy sutíl de enseñarnos el mundo actual.

    Un abrazo. Juan

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  5. El síndrome de Diógenes no se cura con una ducha y una comida caliente. Los dolores del alma trastornan la mente, tanto y tan profundamente, que no hay una "nueva vida" para estas personas.
    Triste relato, y más triste saber cuántos casos idénticos hay a nuestro alrededor, en nuestras ciudades.

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  6. ¡Hola MAR! Si has podido meterte en la piel de mi Juana, me doy por requetesatisfecha. Todos deberíamos ponernos alguna vez en la piel de los que sufren; pero ponernos en ella de verdad y dejar que nuestra conciencia se empape de los sentimientos de otros. Otro gallo nos cantaría, sin ninguna duda.

    IBSO: Me alegra mucho verte de nuevo por aquí. Sociedad deshumanizada, dices, y qué razón tienes. No sábes el miedo que me da convertirme también poco a poco en una "enferma del alma".

    Hola NEOGEMINIS. Gracias por leerme. Qué triste tener que aplacar dolores y penas escarbando entre basura en vez de envuelto en el abrazo de quien nos quiera...

    JUAN: Ese poema me ha llegado al alma. La soledad, cuando no se busca, es la peor de las enemigas.

    TERESA: efectivamente yo creo que el Diógenes es una de esas enfermedades terribles, no solo de la mente, sino del alma. También es terrible mirar hacia otro lado... Mil gracias por pasar por aquí después del estrés que has tenido en Halloween! Un beso

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  7. Qué peligrosa es la soledad, capaz de trastornar las mentes más lúcidas. Los Servicios Sociales hacen un papel extraordinario pero no solucionan los problemas del alma. Tu relato así lo refleja y además muy bien.
    Un abrazo.

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  8. Bueno, poco que agregar a una hermosa y flexible narrativa si bien tristona, desalentadora y por momentos desgarradora... estoy de acuerdo con todos, no podría ser de otra manera... pero también hay que pensar un poco más allá de lo que nos resulta desalentador, y situarnos en la piel no del recolector sino de aquel que intenta -de buena manera- sacarlo de la costumbre y cambiarle el rumbo. Nunca es suficiente... quien tiene la culpa... pienso que nosotros los humanos. Cada quien aporta en mayor o menor medida a la destrucción de nosotros mismos... ya le sacamos los ojos y los dientes a la naturaleza... el próximo paso es la subsistencia y seguramente el canibalismo salvaje, sin mayor salida que pisarle la cabeza o comerse al otro. Ahora publiqué una entrada en el blog sobre una pelí que enfoca la prostitución en el Japón de la posguerra... y sin saberlo toco temas muy relacionados a lo que Susana nos intenta mostrar... a veces la sociedad obliga a la víctima a cometer las fechorías, y nos olvidamos que la sociedad somos nosotros... muy buen post Su... muchos cariños a todos.

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  9. Gracias por tu visita,Susana...!
    Te felicito por tu tremendo relato,que nos hace pensar en la falta de respeto,de empatía,de solidaridad y de humildad...!
    Mi gratitud por compartir y mi abrazo por tu relato solidario,real y profundo.
    FELIZ FIN DE SEMANA,AMIGA.
    Mi abrazo inmenso.
    M.Jesús

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  10. Hola Su... me dí una vuelta como siempre por este lugar acogedor... Regresaré porque tu prosa me hace falta... Muchos cariños

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  11. Maribel: gracias por venir y perdona si tardo un mundo en contestaros. Los días deberían tener más horas...

    Majecarmu: no sabes la ilusión que me ha hecho ver que habías venido a leerme. Mil gracias y mil besos.

    ¡Pepe! Puedes pasear por aquí siempre que te apetezca. Estaré encantada de recibirte.

    Un abrazo.

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