
Durante años, no hubo día en que el dichoso Julito no apareciera por casa, invitado a comer, a cenar, a tomar una limonada… Así, mi madre consiguió salirse con la suya y “cerrar el negocio”, aunque finalmente fue ella quien terminó ante el altar con un Julito ya licenciado.
Desde entonces papá y yo acudimos cada tarde a la iglesia del barrio y prendemos un cirio a la Santa de turno para agradecerle que, por fin, mamá nos haya dejado tranquilos.
¡Jajajajaja... qué bueno, Susi!!
ResponderEliminarYo creo que hay más de una "madre-Julito" repartidas por el universo; pegas una patadita, ¡y salen unas cuantas!
Un beso, mi niña.
La verdad es que sí amiga, ese refrán con dos acentos que dice; porque te quiero Inés... por interés, se ha llevado a cabo durante toda la vida y pobre del incauto/a que cae en la red.
ResponderEliminarMuy bueno, como todos tus relatos. Un abrazo Juan.
Muy bueno.
ResponderEliminarYo conocí a un Julito, Capitán del ejercito, que en vez de acabar con la hija de su Coronel que tanto le quería como hijo político, acabó con su mujer...
y es que éstas cosas pasan.