martes, 4 de septiembre de 2012

Cuatro mitades de amor

A Celia la conocí en el Parque de las Fuentes. Compartíamos extremos opuestos de un mismo banco de piedra, el único aún bañado por el sol adormecido del atardecer. Me pidió unas monedas a cambio de un poema de amor. Así, sin más. Sin hacer mención al tiempo, a la hermosura del paisaje, a la placidez de una tarde sin lluvia, por fin. Rebusqué en mis bolsillos y encontré solamente un billete arrugado. Se lo tendí con una sonrisa a modo de disculpa y ella sacudió sus rizos morenos en la negativa más bella que hubiera visto jamás. Suspiró resignada, abrió su cuaderno y comenzó a escribir lentamente, como si se recreara en el trazo de cada letra, de cada verso. Cuando terminó, arrancó con cuidado la hoja cuadriculada, la dobló en cuatro perfectas mitades y la depositó en el espacio de granito que nos separaba. Miró al cielo con sus ojos brillantes y enormes, y después me miró a mí. Sentí un pinchazo en la garganta y aguardé sus palabras con un hilo apenas de aliento. Nada.  Se levantó con una sonrisa y vi cómo de alejaba hacia la verja principal, con el anhelo de que se volviera de nuevo, como en las novelas de pasión desbordada. No lo hizo, por supuesto, y yo permanecí allí, mudo también, mientras una ráfaga de viento se llevaba a traición el papel que todavía reposaba en aquel banco. Las palabras de Celia, sus palabras de amor, dobladas en cuatro mitades perfectas.

1 comentario:

  1. Realmente precioso!! Después de navegar por blogs en los que me cuesta seguir dos frases seguidas, tengo que decir que este relato me encanta!!

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