viernes, 6 de marzo de 2009

AQUELLOS QUE SUBEN, BAJAN, ENTRAN Y SALEN


Hace semanas que María fija sus ojos húmedos de anciana en un punto del salón y susurra:

-Carmen, ¿Quiénes son esas personas que entran y salen del salón?

A Carmen se le eriza el vello de la nuca, sonríe nerviosa

-¿Pero qué dice usted, María? Aquí no hay nadie. Ande, descanse un rato. ¿Le traigo un poco de leche calentita?

La vieja, como siempre, no contesta, paladea, parpadea varias veces muy seguidas y gira su arrugado cuello de nuevo hacia la ventana, mientras derrama su mirada entre las gentes que pasan por la Calle del Lirio.
Desde que Carmen la conoce no ha abierto el pico más que para referirse a aquéllos a quien dice ver, y de quienes dice recibir sonrisas, saludos, y hasta una flor que un muchacho le lanzó en cierta ocasión desde un carruaje tirado por cuatro caballos de color negro azabache.

Carmen nunca ha sido especialmente asustadiza. Once partos y veinticinco años de matrimonio con un hombre cuyas manos fueron desde el primer día demasiado largas la han curtido hasta hacerla ser lo que hoy es: una mujer que empieza de nuevo pasados los cincuenta, sin tiempo ni ganas para fantasmas del pasado, ni mucho menos del presente, por mucho que según María, éstos entren y salgan del salón a su antojo.

Pero todo tiene su límite, y el hecho de que la anciana, a la que Carmen cuida cada tarde, que ronda los noventa años y se pasa el día entero sentada en su sillón de orejas junto a la ventana con la vista perdida y sin decir esta boca es mía, sólo manifieste que aún sigue en este mundo cuando habla de los que pasan por el salón, mientras señala con el dedo índice huesudo y artrítico a ese punto vacío, sinceramente, como poco, la inquieta.

Después, la vieja siempre regresa al silencio de su letargo, y a la inexpresividad de su rostro, y ahí se queda Carmen, con las manos heladas, dándole vueltas al asunto, y sin poder evitar pensar que, tal vez, María esté mas cerca del allá que del acá, o que quizá, sea el allá el que se esté acercando al acá más de la cuenta.

Pasado un rato, Carmen, en cierto modo molesta consigo misma, sacude la cabeza para ver si saca de una buena vez de ella todo rastro de fantasmas y aparecidos y vuelve a concentrar la atención en su programa de corazón o en sus revistas corte y confección.

Y así se pasan las horas, lentas, una detrás de otra, hasta que de pronto, María parece activarse de nuevo, sonríe desdentada a no se sabe quién junto a la puerta y pregunta:

-Oye Carmen, ¿quiénes son esas personas que entran y salen del salón?

2 comentarios:

  1. Hola, Susana:
    Me gusta el relato porque abre la puerta a suposiciones de todo tipo y la deja abierta... Muy bien los detalles y el pasado insinuado de Carmen.
    Pásate por mi blog cuando quieras http://doroteafuldebenke.blogspot.com
    Volveré por aquí para leer más,
    un abrazo.

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  2. ¡Qué amable, Dorotea! Muchas gracias por tus comentarios. He pasado por tu blog y seguiré visitándolo, porque me encanta cómo escribes (te sigo desde que leí tu relato del certamen Canal Literatura)

    Es un placer charlar contigo.

    Besos

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