viernes, 6 de marzo de 2009

CANJEO DE PUNTOS

-¡Siguiente!

Avanzó dubitativo un par de pasos hasta colocarse frente al mostrador reluciente de mármol, blanco inmaculado, como todo lo que le rodeaba dentro de aquella inmensa habitación. Al otro lado, el funcionario de aspecto aburrido y también vestido de blanco, comenzó el interrogatorio sin saludarlo siquiera.

-¿Nombre completo?

-Eh… Hipólito Ruiz del Amo.

-¿Edad?

-Cuarenta y seis años.

-¿Estado civil?

-Casado. Y con dos hijos… un chaval de diecinueve y…

-¿Hora de la muerte? -lo interrumpió sin contemplaciones y sin dejar de introducir los datos en el ordenador a través de un teclado transparente con forma elíptica.

-¡¿Hora de la muerte?! -no pudo disimular su asombro-. ¡Y yo que sé, oiga! No miré el reloj, la verdad… no estaba yo para mirarme la hora.

-Es un dato imprescindible en el formulario -hizo una pausa y lo miró por encima de sus gafas de nácar, deslizándolas hacia la punta de su nariz, casi perfecta-. Alguna idea tendrá.

Hipólito trató de hacer memoria. Azorado, se pasó las manos por el cabello, ya de por sí alborotado por el ajetreo del día.

-Pues hombre…a ver…he salido de trabajar a las tres, porque esta semana estoy en el turno de mañana. He cogido el autobús a y cuarto y a mitad de camino o así, ha sido cuando me he empezado a encontrar mal, así que…digo yo que no serían más de las cuatro. Claro que no sé cuánto tiempo he estado luego en urgencias porque…

-Vaale-vale-vale. Por si acaso pondremos las dieciséis treinta horas, si le parece bien, de hoy, veintitrés de diciembre de dos mil ocho. Buenas navidades le ha dado usted a su familia.

-¡Oiga! ¡Esto es el colmo! ¡Ni que fuera culpa mía, hombre!

El funcionario zanjó las protestas de Hipólito mediante un gesto rápido con la mano derecha y continuó impasible con sus preguntas.

-Y bien, ¿cómo le gustaría volver?

-¿Volver? ¿Pero cómo? ¿Acaso se puede volver? -no podía creerlo. ¿Sería que se merecía una segunda oportunidad? ¡Aquello era algo extraordinario y maravilloso que jamás hubiera podido imaginar!

-Por supuesto. De hecho hay que volver porque aquí estamos saturados.

-Buf… pues no tengo ni idea. Me deja de piedra, la verdad. Mmm… ¿Y puedo elegir cualquier cosa?

-Cualquier ser vivo, querrá decir. Y siempre que tenga saldo suficiente.

-¿Saldo?

-Sí. Se lo voy a ir consultando en el programa informático. Mientras tanto, mire este catálogo y vaya eligiendo- le tendió un grueso libro encuadernado en blanco terciopelo y repleto de fotografías en color y largas descripciones-. Rapidito, ¿eh?, que en quince minutos es mi hora del café.

Hipólito ojeó con perplejidad aquel catálogo. En él había infinidad de modelos vivos para elegir. Personas con vidas prósperas y felices. Ricos. Atractivos. Gente de éxito. Poco a poco, fue saliendo de su asombro inicial y se fue animando. Pero el tiempo parecía apremiar demasiado.

-¿Y bien?

-Pues, la verdad, no estoy muy seguro. Quizá estaría bien un jeque árabe. O mejor, un empresario de éxito, sí, como éste de la página veintiséis.

El funcionario dio la vuelta al catálogo, examinó la fotografía y echó un rápido vistazo al texto que la acompañaba. Luego miró la pantalla y negando con la cabeza exclamó categórico:

-Imposible. Su saldo es de quinientos seis puntos.

-¿Y eso es poco?

-Pues mire, el que venía delante de usted tenía cinco millones y medio. Con eso se lo digo todo.

-Pero bueno, ¡esto es increíble! ¿En qué se basan ustedes para esto de los puntos? Yo…yo he sido una buena persona -titubeó- o al menos he tratado de serlo.

-Hombre… malo-malo no ha sido, no, pero tampoco es que se haya ha pasado usted la vida ganando puntos, ¿no cree?

-Pues yo sigo diciendo que debe de haber un error. No es posible que tenga tan pocos puntos.

El funcionario arrugó el entrecejo y suspirando presionó una de las teclas del ordenador. La impresora que tenía a su espalda emitió un gruñido y comenzó a escupir páginas que él fue recogiendo con diligencia y que finalmente grapó formando un grueso dossier. Lo abrió al azar por una de sus páginas.

-Veamos: ¿recuerda su angina de pecho de hace 6 años?

-Claro.

-¿Qué le dijo el médico?

-Que había tenido mucha suerte.

-¿Y qué más?

Hipólito puso los ojos en blanco.

-Y que me cuidara, que comiera sano y que dejara de fumar.

-Ajá. ¿Y por eso se almorzaba un día sí y otro no un bocadillo de panceta en el bar y se escondía en el baño con los Marlboro?

-Eh… no, pero… pero… también comía muchas ensaladas y… y ¡¡no he vuelto a tomar una sola gota de alcohol!! Y los Marlboro -bajó la mirada- bueno, quizá tenga razón, ¡pero apenas fumaba un par de ellos al día!

-Ya… un par de ellos… Tal vez fuera alguno más, ¿no le parece? ¿Y qué me dice de las funciones del colegio del pequeño de sus hijos? ¿Las recuerda?

-Por supuesto que las recuerdo.

-¿De veras? ¿A cuántas asistió usted?

-Pues no lo sé… a alguna. Bueno, con las obligaciones del trabajo, ya sabe, uno no tiene mucho tiempo para casi nada.

-Aha -el funcionario consultó una de las tablas que figuraban en el dossier-. A alguna, sí que fue, sí. A una exactamente. Y, por lo que figura aquí se marchó usted poco antes de la mitad. Pero vamos, que si sigue usted dudando le puedo preguntar también, por ejemplo, por el cumpleaños de su esposa. Recordará la fecha, ¿no?


-Verá, nunca he sido muy bueno con eso las fechas, pero lo tengo apuntado en la agenda electrónica. ¡Es en agosto, seguro!- exclamó Hipólito triunfante.

-Cierto. Es en agosto. Pero… aquí consta que olvidó su regalo un setenta y cinco por ciento de las veces -cerró con decisión el informe y se quitó las gafas, depositándolas con cuidado sobre el mostrador-. Mire señor, con este historial suyo sólo puedo ofrecerle las reencarnaciones que están a partir de la página 696 -. Abrió el grueso catálogo por la página en cuestión y lo empujó hacia Hipólito. Éste, abrió los ojos desmesuradamente y gritó:

-¡¡Pero… pero… si son bichos!!

-Animales del Señor, querrá decir. Y elija rapidito que mire qué cola hay.
Los nervios y la desesperación tenían paralizado a Hipólito, incapaz de tomar una decisión.

-No puedo, en serio… ¿usted ha visto las opciones que hay? Gusanos de seda, una oveja, un ratón de campo… de verdad… esto es inaudito. No puedo elegir ninguno de estos bich… ”animales del Señor”, quiero decir.

-De acuerdo. En ese caso ponemos en marcha la cuenta atrás -presionó un botón redondeado encastrado en la pared-. A partir de este momento dispone de cinco segundos y si no el ordenador le asignará una reencarnación aleatoria. Usted verá.

Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

-Yo… pero escúcheme, por favor. No hay alguna forma de…

Hipólito no pudo terminar la frase. De pronto, un grupo de pequeñas burbujas emergieron de su boca y ascendieron ligeras hacia la superficie, mientras él las seguía atónito con la mirada y se estampaba de cara contra el cristal de la pequeña pecera ovalada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario