El gran día ha llegado. Por fin. Una vibrante emoción recorre todo tu cuerpo. Aún no puedes creerlo: hoy da comienzo tu nueva vida. Tras cinco años de carrera y nueve meses de postgrado, firmas un contrato en prácticas y hoy es tu primer día de trabajo. Eres un tipo feliz. Te vistes con más cuidado de lo habitual y te diriges a tu nueva empresa, flamante, feliz, exultante, como si no fueran las seis de la mañana. El trayecto infernal de más de una hora en metro, con transbordo incluido, no te desalienta. Atrás quedaron las interminables colas en la oficina de empleo del barrio, los cursos absurdos, eternos, no remunerados. No. No señor, por fin tienes un trabajo, uno como Dios manda; en prácticas eso sí, pero estás seguro de que lo harás tan bien que tienes la total certeza de que después de unos meses, te ofrecerán un contrato fijo. Absorto en pensamientos felices, llegas al grandioso edificio. Es tan bonito. Se alza majestuoso, envuelto en azuladas cristaleras que destellan a verse acariciadas por los rayos del sol. Gente elegante entra y sale apresurada, cruzando las puertas giratorias. Parecen personas de éxito, orgullosas de sí mismas, felices, atareadas. Y allí estás tú: perfumado como un modelo publicitario de éxito; con tu maletín nuevo de piel, el que te regaló tu madre al conocer la buena nueva, vestido con el traje azul marino, el de las bodas, y la única corbata que tienes. Por ser el primer día has omitido los gemelos; demasiado pretenciosos. Todo se andará.
Te diriges a los ascensores y aguardas arropado por la masa. ¿Notarán que eres nuevo? ¿Percibirán que estas hecho un manojo nervios? Un nudo de emoción cosquilleala boca de tu estómago. Ya dentro del habitáculo pulsas el número once y piensas en la suerte que tienes: por si fuera poco, la oficina se encuentra en la onceava planta; sí, tan arriba, como en las películas americanas. ¡Si se podría decir que trabajas en un rascacielos! Te acuerdas de tu serie favorita de televisión, cuyos protagonistas también trabajan en un gran edificio como ese, en el que viven todo tipo de aventuras. Esbozas una sonrisa enorme y dejas escapar una risita. La chica de al lado te mira extrañada. No parece muy feliz; tampoco el resto.
De pronto el Gling de una campanita anuncia que has llegado a tu piso. ¡Qué emoción! Abandonas el ascensor lanzando un alegre "Hasta luego" que queda flotando en el aire, sin respuesta; ni siquiera te das cuenta. Recorres el largo pasillo, y ves a mano izquierda el brillante letrero con letras doradas. Decidido, atraviesas la puerta. Tras el mostrador de recepción, una rubia de bote maquillada como una puerta, mastica chicle con la boca abierta y te contempla con desgana por encima de sus gafas de montura escarlata.
–Buenos días –saludas educado– Soy José Luis Orellana –Ella alza las cejas– Hoy es mi primer día.
La muchacha parece caer en la cuenta y, sin dejar de rumiar su chicle, levanta el teléfono y marca con soltura una cifra de tres dígitos.
–El becario está aquí –anuncia con voz monocorde. Para tus oídos esa frase suena como si la cantara un coro de ángeles.
Te pide que esperes un momento y te examina de arriba abajo mientras enrosca su dedo índice en uno de sus oxigenados rizos. Intercambia una sonrisita con otra muchacha que ocupa una de las mesas de la gran sala diáfana. Los que son ya tus compañeros te miran de reojo durante una décima de segundo y continúan frenéticos con sus tareas. Suenan los teléfonos. Repiquetean los teclados. A los cinco minutos aparece tu jefe. Lo conociste el día de la entrevista. Le recuerdas como un hombre sonriente, afable, de apariencia bonachona. Hoy no sonríe. Estrecha tu mano casi sin mirarte.
–Orellana, ¿verdad?
Te pide que le acompañes. Me lleva a mi despacho, piensas, y dejas que tus pensamientos vuelen: imaginas un gran ventanal, una mesa de cerezo, y hasta una planta lustrosa y muy verde junto al perchero. Él te señala un desvencijado y estrecho escritorio, al fondo, junto a los lavabos, sobre el que se apila un enorme montón de informes. El puesto mira a la pared, pintada de un color vainilla ennegrecido.
–Tienes que colocarlos por orden alfabético. Cuando termines, hay más en el archivo. Es esa puerta.
Te da una palmada en la espalda y se larga sin más explicaciones. Permaneces ahí de pie, alelado, mirando todos esos informes y decides dirigirte primero al archivo para hacerte una idea del trabajo en su conjunto y así organizarte mejor. Sí señor. Tú eres organizado y eficaz. Al abrir la puerta quedas casi sepultado bajo una montaña de carpetas, que emiten un brruummm al caer desplomadas. Todos vuelven a clavar en ti sus miradas. El jefe también.
– ¡Sin montar jaleo, Orellana! –brama desde su despacho acristalado.
Te levantas de un salto, sacudiéndote el polvo de los pantalones. Intentas restarle importancia al pequeño incidente y tratas de mantener la dignidad y de controlar los nervios. Recuerdas la frase de tu padre: “Los comienzos son siempre duros, José Luis”. Regresas a tu mesa tratando de ser positivo, intentando valorar la oportunidad que el mercado laboral te brinda, seguro de tú que puedes, con todo eso y mucho más, y soñando con el cobro, por fin, de esa ansiada primera nómina. Sí; esa cifra mágica: 536, 54 euros. Bueno no… que esa era la cifra en bruto. ¿En cuánto se me quedará en neto? -piensas- y con la pregunta bullendo incesante en un rincón de tu cerebro, te sientas frente a los informes y empiezas a repasar mentalmente el alfabeto.
Que bien explicas el primer dia de trabajo de un becario, Susana.
ResponderEliminarMe parecia estar viendo a Jose Luis mientras leia. Yo he trabajado en un banco toda mi vida, y he visto llegar a muchos, asi, con esa ilusión, creyendo que por fin iban a poder aplicar todo lo que habian aprendido en la carrera, y luego, plofff, la triste realidad, les ponen a hacer trabajos de archivo, rutinarios, para los que hubieran estado cualificados desde antes del BUP.
Un besito
Me ha encantado Susana, lo he leído de un tirón, aunque ya imaginaba lo que iba a pasar, pero como dice Tag lo has explicado tan bien, que he podido meterme en la piel de Jose Luis, quizás porque yo también fui becaria un día.
ResponderEliminarBesos
Jajaja, yo me pasé archivando papeles mañanas enteras, les actualicé la base de datos hasta que se me cayeron los dedos de tanto escribir siempre las mismas palabras.
ResponderEliminarMe alegré saber que no necesitaban personal para después. Un amigo se pasó las prácticas de electrónica limpiando las naves industriales, barriendo y cosas asi.
Por eso cuando pienso en Bolonia.....
Abrazote
todo es aprendizaje, pero si las ganas e ilusiones de ese primer día terminan archivandose en la carpeta cuando se cobra el primer sueldo... qué pena. Cuan importante es el estímulo para mantener tan buenas condiciones, como las de José Luis. En fin confiemos que él será más fuerte que el sistema. Me encantó el relato. BESOTES!!!
ResponderEliminaroops!!! pobre José Luis, cierto, esperemos que sea más fuerte que el sistema, y que nosotros también seámos más fuertes.
ResponderEliminarSaludos
SUSANA, una lástima no poder leerte en esta propuesta, pero igual vas a estar con nosoros leyendonos.... muchos cariños.
ResponderEliminarSusana,
ResponderEliminarMe encantaría que aceptes compartir tres premios que me han otorgado, y que quiero compartir contigo.
Tu blog es uno de los que necesariamente deben tener el Premio Dardos, no sé si ya lo tienes,pero de todos modos pasate a recogerlos.
¿vale?
Un besito
Intensa descripción de los momentos previos a una realidad que ha sido la de la mayoria.
ResponderEliminarPero creo que el SR. Orellana saldrá airoso de la situación, sobre todo si tiene presente los consejos que le dió su padre.
Y un día será el que enseñe la mesa llena de expedientes a otro "becario".
También lo he leído de un tirón.
Un abrazo
¡Tag! Ahora no sé donde colgué el post en el que te daba las gracias por ese premio que has sido tan amable de otorgarle a mi blog! No lo encuentro! En fin: espero que recibieras mi agradecimiento, y si no, te doy mil gracias ahora y te mando un besote
ResponderEliminarHola Alfredo. Qué bien verte por aquí. Muchas gracias y un abrazo.
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