domingo, 30 de septiembre de 2012

La risa del Nano

Hasta chocarse con una pila de maderos resultaba divertido en compañía del Nano. Con él, las risas sin control eran el pan nuestro de cada atardecer en el barrio. ¿Marcharse  así? ¿Sin fiesta? ¿Sin ágape? Inconcebible. Por eso decoramos nuestras coronillas con gorritos de papel y, armados de confeti, matasuegras y un tetrabrick de buen tinto, fuimos en su busca canturreando por el camino flanqueado de cipreses. Con bastones, reúmas y andadores tardamos un buen rato en llegar, pero aquella fue una gran tarde para toda la pandilla, incluido el Nano, cuyas contagiosas carcajadas se escucharon durante días,  junto a su lápida, a la caída del sol.

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